Más allá de las habichuelas mágicas

miércoles, 30 de mayo de 2018

Más allá de las habichuelas mágicas

En algún lugar lejano de Baviera, en el sur de Alemania, se halla entre exuberantes viñedos y el río Tauber, una ciudad que tan sólo habrás visto en tus sueños inmaculados durante la niñez.

Una localidad, dónde Cenicienta perdió su zapato y dónde Rapunzel dejó caer su cabellera bañada en oro. Es ésta, dónde Gepetto talló Pinocho. Ahí un cuento termina y otro comienza. 46 torres medievales se elevan hacía el cielo bávaro en esta cuidad, conocida como Rothenburg ob der Tauber.


Rodeada por unas murallas construidas a partir del siglo 12, que siguen cumpliendo con su deber, protegiendo su apreciada cuidad de cualquier invasor. Las piedras enlazándose con entramados, como si de dos amantes se tratara, crearon un círculo defensor con adarves, que detenidos en el tiempo, siguen adornando este lugar de ensueño triunfantemente.


Paseaba por estas murallas una dulce tarde de primavera, como si nunca hubiese existido un invierno. La madera centenaria crujiendo bajo tus pies, mientras observas como cantan los mirlos sobre los tejados rojos de las casas pintorescas. Desde la distancia, también detectas las extraordinarias torres de la iglesia luterana de San Jacobo. Ésta, construida en el siglo 15, es una de las infinitas huellas de Martin Lutero, que marcan su mítico legado de la afamada reforma por su país natal.


Hoy en día sigue demostrando la importancia que desprende hacía los nativos y peregrinos. Obras de arte talladas en madera, creadas hace cientos de años, uniéndose con la bella simplicidad de las paredes desnudas. El altar de la Sagrada Sangre, tallado en el siglo 15, por el célebre escultor germánico Tilman Riemenschneider, es una creación sublime de madera, que alberga una elaboración tan meticulosa de la última cena, que quizás cobre vida todas las noches. Con el sosiego que te rodea, vagas por las naves góticas, cuando te encuentras con el prodigioso órgano, que como en todas las iglesias luteranas, contrasta casi con vanidad con la sencillez que predomina en este espacio sagrado.
El órgano, destaca ante todo lo expuesto, ya que era el propio Martín Lutero, el qué promovió la extraordinaria importancia de la música para la salvación del hombre, diciendo que:

"El diablo no soporta la música, para él la música es algo insufrible". 

Él mismo era cantante, intérprete de laúd y compositor.


Saliendo de la iglesia de San Jacobo, las sombras del pasado siguen envolviéndote con cada paso que das por esa ciudad casi utópica.
Cada casa es un cuento, cada rincón un poema.
Deambulando por sus callejones pintorescos, te tropiezas con una multitud de escaparates, que siempre consiguen sacarte una sonrisa. Te paras delante de ellas, y no puedes evitar rebuscar en tu bolso tu cámara de fotos, para intentar llevarte un fragmento de ellos a casa. Las queserías, carnicerías y panaderías decoran sus escaparates con sus manjares bávaros, en un baile de fragancias y aromas, invitándote a entrar y a probar alguno de ellos.


Montañas de quesos te deslumbran en cada esquina, con quesos de montaña elaborados en los Alpes, quesos de triple crema, quesos ahumados y quesos fundidos. Adentrarte en el mundo de la gastronomía bávara, es un placer como nunca visto. Prueba los restaurantes más auténticos, repletos de decoraciones típicas del lugar, jarras de cerveza, sus maravillosos vigas de madera y una vela en cada mesa, alumbrando la sala opaca y acogedora.
Un lugar idóneo para ello, es la "Altfränkische Weinstube". Éste pintoresco hostal y restaurante, representa a toda Baviera entre sus cuatro paredes.


Truchas ahumadas, espárragos frescos, cangrejos de río, salchichas con chucrut, codillo y las exquisitas "Spätzle", (una forma de pasta muy popular en la cocina alemana del sur), acompañado de una cerveza negra o de una copa de vino, son los ingredientes que saben al lugar dónde te hospedas.
Cada manjar, ha adquirido los aromas y las esencias de su alrededor. De los interminables viñedos, de los bosques frondosos, de las flores cubiertas por abejorros afanosos y de las yedras, que se abren el camino por las casas de ensueño de Rothenburg ob der Tauber.


Vivir Baviera, es degustar lo que tan gratamente nos ofrecen sus tierras.

Aproxímate al lado oeste de la localidad y te encontrarás con la puerta de la cuidad, llamada "Burgtor". Ésta, puede que sea la entrada medieval más hermosa y cautivadora que habrás visto a lo largo de tu vida. Estudiándola, dudas de su autenticidad. Desconfías de su antigüedad, de su materia, de su color. Te planteas, si está hecho de un producto artificial o quizás se trate de un juguete o incluso de algo comestible? Una galleta en forma de entrada medieval?
Pero avanzando paso a paso, descubres las piedras, las grietas y las fisuras, observas las tejas decoloradas y los emblemas de la cuidad. Pero son ellos, los que te miran a ti. Tu, una entre mil millones de personas, que han decidido tomar algo de su preciado tiempo y pararse ante semejante construcción del pasado.
Esta entrada, con sus dos torreones de cuento de hadas, ha sobrevivido a guerras, enfermedades, rebeliones, pobrezas, truenos y relámpagos y sin embargo, 600 años después de su creación, sigue en pié, testaruda y bella a la vez, conquistando a todo aquel, que dirige su mirada hacia ella, negándose sobre todo, a rendirse ante los tiempos modernos.


Una vez que atravieses la entrada, descubrirás los fabulosos jardines del castillo. Como si de un mar de flores se tratara, nadas en un laberinto de colores y fragancias. Incontables tulipanes, geranios, hortensias y margaritas, se enlazan con el sol y la sutil brisa primaveral, creando un paraíso terrenal. Enormes robles, que parecen acariciar las nubes, se hallan como invencibles protectores ante la entrada de la cuidad. Son ellos, los guardianes de Rothenburg ob der Tauber. Así fue y así siempre será.


Aproxímate al borde de la muralla, para unas vistas inolvidables de la cuidad. Descubrirás el encantador valle del rio Tauber. Un paisaje, como solo habrás visto en sueños. Como un abrazo te envuelven los espesos bosques, que comenzaron a brotar mucho antes de que existiera el tiempo. Entre este panorama frondoso, se muestra el tímido pero decidido río, que tararea suavemente melodías del pasado. Los incontables botones de oro crecen sin cesar a sus orillas, para no perderse ni una sola.


Mientras el color esmeralda se apodera del horizonte, descubrirás las torres medievales, que asomándose curiosamente hacía el valle, crean un ambiente de historias y leyendas. La tierra regenera el eco de tiempos pasados y con un poco de imaginación, aún oyes a los herreros atareados en sus talleres, el alboroto del mercado y las campanas de las iglesias.

Bajando al hermoso valle por un camino boscoso y paseando por el río, encontrarás el pintoresco "Topplerschlösschen". Un palacete con fosos de agua, construido en el año 1388 por encargo del alcalde Heinrich Toppler. Se ha conservado íntegramente y está amueblado con artefactos del siglo XVI. Ésta edificación única, consiste en un fundamento de piedra, como el de una torre fortificada, siendo la parte superior una casa con madera entramada. Este tipo de construcción, se usaba mucho en la baja edad media, hoy en día sin embargo, se han conservado muy pocos.
Un lugar histórico, que encaja a la perfección con el paisaje de cuento que le rodea.


De vuelta en la cuidad, podrás disfrutar de la alegre y auténtica atmósfera en la maravillosa plaza del mercado. Casas de fábula y una taberna de concejales con un reloj artístico de 1631, domina el ayuntamiento con su ostentosa fachada renacentista, construido en 1578. Para un paisaje excepcional, siempre estará su torre a 52 metros de altura.


Sus 220 peldaños no te defraudarán, cuando llegas exhausto pero esperanzado hasta la torre y verás el mundo a tus pies. Una vista panorámica de toda la cuidad medieval, junto a su maravilloso valle de cuento de hadas. Y mientras las golondrinas vuelan veloces sobre los tejados y callejones, sabrás con certeza, que habiendo contemplado este paisaje al otro lado del mundo, ya nunca volverás a ser la misma persona que fuiste una vez.


De nuevo en la célebre plaza de mercado, disfrutarás como un niño el día de Navidad, cuando observas a los lugareños montando ajetreados sus puestos, para la fiesta de la primavera. Los puestos de cerveza se duplican por minutos y la cuidad se llena cada vez más de turistas, aldeanos y vecinos. Música en directo y desfiles de moda y tu observándolo todo con una gigantesca jarra de cerveza, sentado en las mismas escaleras del ayuntamiento, mientras los rayos del sol te acaracien la piel.


Sumérgete en la cultura e historia visitando los apreciados museos, que ofrece Rothenburg ob der Tauber. El museo de la cuidad imperial, ubicado en lo que antaño fue un maravilloso convento de los domenicos, disuelto en el año 1544, te ofrece un maravilloso viaje por el tiempo en el que se te revelarán, los acontecimientos históricos más significativos de este pueblo y su nación. Un magnífico repertorio de 800 años, guardado en 2500 m2. Preciosos objetos personales y eclesiásticos, junto a obras artesanas conmovedoras. También podrás contemplar su opulenta colección de armas europeas, desde la mismísima edad de piedra hasta el siglo XIX.
Casi 1.000 objetos custodiados en un mismo lugar. Antaño pertenecientes a guerreros, capitanes, reyes y soldados, que luchaban feroces por una causa por la que merecía la pena morir.

Otra joya histórica, se encuentra a pocos minutos de la plaza del mercado. A simple vista quizás, parece ser una casa encantadora con vigas de madera como todas las demás, que apreciamos paseando por las calles de la ciudad.
Sin embargo, su timidez nos intenta engañar, pero no siempre lo consigue. Esta morada no obstante, alberga un tesoro sin igual. Quizás sea su modestia, la que nos emociona. Éste hogar medieval, nunca presenció cambios en su interior. En éste, como por arte de magia, el tiempo se detuvo.
7 siglos acorralaron sus alrededores, él sin embargo, resistió y ganó.


Construido en 1270, fue el hogar de diferentes artesanos durante 7 siglos. Toneleros, tintoreros, tejedores, zapateros y albañiles, residían junto a sus familias en esta casa. Su último propietario, un eremita que vivió en él cuando todo el vecindario comenzaba a restaurar, embellecer y adaptar sus hogares a su tiempo, no estaba de acuerdo con estos cambios. No necesitaba electricidad, ni agua corriente. Poseía un pozo de 14 metros, que sigue estando en el mismo lugar hoy en día. El suelo de piedra desigualado, también le complacía. Tampoco le importaba la limitada altura de los pisos. No quiso cambiar nada de su apreciada casa y es por él, que hoy, 700 años después de su construcción, se nos ofrece la oportunidad de descubrir una verdadera gema medieval. Una sensación abrumadora nos invade, cuando contemplamos las paredes torcidas y las pequeñas pero bellas habitaciones, dónde descansaban familias, que hace mucho que se fueron. Los peldaños de la escalera de madera crujiendo y desnivelados, habiendo soportado firmemente incontables pasos durante tanto tanto tiempo. Las vigas de madera robustas y fuertes, como si aún formaran parte del árbol, del que antaño pertenecían.


La luz del sol entrando sutilmente por las pequeñas ventanas, iluminando el comedor íntegramente, que casi reconoces unas caras agotadas pero alegres, reunidas alrededor de la mesa, en sus manos una jarra de cerveza y un buen trozo de pan aún caliente. Todos trabajaron mucho hoy, sin embargo, estando ahí sentados cenando lo que pocas horas antes adquirieron en el mercado a la luz de una vela, saben con certeza, que cada gota de sudor había valido la pena. Para ellos, éste había sido un buen día al igual que para ti.

Al salir de aquella casa, que en otros tiempos sirvió a tantas personas de hogar, no podrás evitar sentir cierto afecto y nostalgia por aquellos aposentos íntimos, que acabas de descubrir. Quizás al final, sean las cosas cotidianas y personales, las que realmente nos dejan ver un instante del pasado. Esta morada siglos atrás, se hundía entre las demás, que se encontraban a su alrededor. En un principio, no tenía nada de especial, salvo por supuesto, para las personas que la habitaban.
Hoy en día sin embargo, se ha convertido en una rareza sin igual. Las habitaciones de un humilde artesano medieval es dónde el historiador de hoy, más se puede recrear y el turista más se puede imaginar. Un encuentro de dos mundos en el mismo lugar, ahí nace la nostalgia.

En Rothenburg ob der Tauber el pasado siempre forma parte del presente. Deambulando por sus callejones pintorescos, ignoras dónde comienza uno y dónde termina otro. Es ahí, entre la muralla y el valle esmeralda, que desconocemos la importancia de diferenciar esta vida con la anterior. Porque al final, una nace de la otra. Y en una colisión de eras, emergió Rothenburg ob der Tauber.




Enlaces externos:

http://www.kirchbau.de/_go.php?ziel=5konfessionen
http://www.alt-rothenburger-handwerkerhaus.de/
https://www.rothenburg.de/tourismus/willkommen-in-rothenburg/
http://www.heinrich-toppler.de/geschichte/topplerschloechen/index.html
https://de.wikipedia.org/wiki/Topplerschl%C3%B6sschen
https://de.wikipedia.org/wiki/Evangelisch-lutherische_Kirchen
https://de.wikipedia.org/wiki/Stadtkirche_St._Jakob_(Rothenburg_ob_der_Tauber)