Hoy me gustaría dar un pequeño salto desde la Edad Media, atravesando la Edad Moderna hasta detenernos en la época victoriana.
Una era, bautizada con el nombre de la reina, que quizás más huellas ha proporcionado en la historia de la humanidad. Su nombre era Victoria.
Haciéndole honor a la reina Victoria cómo no, se iba a tratar de un periodo diferente a todos los demás?
Quizás se trata de la época que más cambios ha podido experimentar.
Fue la era de los grandes descubrimientos, que abrieron el camino hacía una vida llena de oportunidades, comodidades y goce.
Ésta etapa, iniciándose en 1837 y perdurando hasta 1901 instruyó a personajes heroicos como Charles Darwin, George Stephenson, Alexander Bell y Michael Faraday y le dio la vida a escritores legendarios como Charles Dickens, Lewis Caroll, Oscar Wilde, las hermanas Brontë y Arthur Conan Doyle.
La inicial revolución industrial y la posterior exposición mundial celebrada en 1851 en Londres hicieron, que los cambios y descubrimientos estuvieran a la orden del día. La exitosa industrialización trajo consigo un periodo de paz y prosperidad. En aprox. 1850, la clase media británica de pronto se veía capaz de crear una vida hogareña idílica. El confort de una casa, el refugio de un sofá y la frase proverbial "Hogar Dulce Hogar" nacieron en la era victoriana. Fue entonces, cuando por vez primera los británicos quisieron dar comodidad y calor a sus hogares.
Henry Mayhew escribió en 1852 que la casa "expresa no solo un lugar de acogida, sino también de tranquilidad, paz, confort y ternura". Pensó que el hogar era un lugar de santificación.
Exposición Mundial, Londres
La calidez de las casas ordenadas tras una puerta solida, significaba una zona de retiro, descanso y protección. Un perfecto antídoto para los peligros y corrupciones del mundo trabajador. Esta nueva clase media, deseaba un estatus social y calidad de vida. Fue por ello, que anhelaban llenar sus hogares de comodidades de todo tipo e innovaciones tecnológicas producidas con la ayuda de las fabricaciones industriales. Fue el inicio del consumo en masa.
La virtud y el respeto no solo se demostraba en como eras, sino también y sobre todo en lo que poseías.
Sin embargo, en estos templos dónde reinaba la seguridad moral y la comodidad, se ocultaban grandes peligros que nadie hubiera podido imaginar. Los victorianos de la clase media fueron atacados en sus propios hogares y asaltados por aquello que ellos creían seguro.
Fue su ilimitado afán de crear seguridad, belleza, confort, estatus y la creación de la figura ideal femenina en el corazón de su hogar, que los victorianos se vieron cara a cara con lo que más temían,... la muerte.
Bienvenidos a la casa victoriana:
1. Tapetes de muerte
La introducción de lamparas de gas y de aceite, como la retirada de los impuestos por las ventanas (window tax) significaban, que por vez primera los victorianos podían hacer uso de colores intensos y vivos para las paredes de sus casas. Hubo una moda concreta de papeles pintados del llamado "Verde de Scheele". Un verde persistente y brillante, que convertía el salón de tu casa en una lujosa obra de arte. El Verde de Scheele creado en 1775 por el químico sueco Carl Wilhelm Scheele, se transformó en el objeto más deseado para todo aquel, que quisiera convertir su hogar en un paraíso terrenal. El químico creó un pigmento verde a través de una composición de arseniato de cobre. El único inconveniente era, que se obtenía a través de una disolución caliente de potasa y arsénico blanco. Para todo aquel, que no esté del todo familiarizado con el término de "arsénico", le digo que se trata de un elemento químico siendo extremadamente tóxico.
Papeles pintados con arsénico del diseñador William Morris
En 1834 Gran Bretaña produjo 1.222.753 rollos de papel pintado. Este número se incrementó hasta 32.000.000. en 1874. Los trabajadores de las fábricas comenzaron a enfermar y muchos murieron al estar en contacto permanente con los colorantes verdes de arsénico. Estas muertes salieron en los periódicos, pero al principio mucha gente no le prestaba atención.
Lesiones causadas por colorantes de arsénico cuando entran en contacto con la piel
Hasta que en 1850 comenzaron a aparecer reportajes sobre envenenamientos, niños, mujeres y hombres muriendo en habitaciones verdes.
En 1862 tuvo lugar un incidente catastrófico, en el que 3 niños murieron en sus casas en East London después de arrancar el papel pintado de las paredes, lamiendo el color verde sobre el.
Fragmentos del periódico "Dublin Evening Mail" del jueves, 3 de agosto de 1871:
"Arsénico en papel pintado"
"Asumimos que solo en los papeles pintados de color verde brillante se encuentra el arsénico, pero el caso es que ha sido descubierto que cualquier papel pintado que contiene algún pigmento verde, independientemente del tamaño o de la forma que tenga, abarca arsénico."
"El vals del arsénico" 1862
Fue en 1879 cuando la reina Victoria hizo arrancar todos los papeles pintados verdes de Buckingham Palace, después de que un dignatario estando de visita enfermó, tras haberse hospedado en una habitación con tapetes.
Pero era en 1890, cuando al fin se pudo demostrar, que no solo era el arsénico solido el que era mortal, sino también el vaho del mismo.
Los químicos no pensaron en el peligro de usar arsénico. Arsénico no solamente estaba en papeles pintados, sino en muchas otras cosas por aquel entonces. Los victorianos creyeron, que mientras no lo comías, no podía ser peligroso. Nunca se habían imaginado, que lo que creaba ese verde intenso y lo que hipnotizaba la vista de cualquiera, pudiera causar la muerte.
Vestido teñido con arsénico, 1860-1865
El miedo y la histeria se expandía por Gran Bretaña por lo que los fabricantes comenzaron a vender finalmente papeles pintados sin arsénico.
Propaganda de papel pintado sin arsénico
2. Que tal un vaso de leche?
Los peligros en las casas victorianas no solo asechaban en las paredes, sino también en las cocinas.
En 1882 sacaron muestras de 20.000 botellas de leche y detectaron adulteraciones en una quinta parte.
Pero estas adulteraciones no estaban compuestas por los fabricantes, sino más bien por las propias amas de casa. Los victorianos creyeron, que la leche fresca contenía gérmenes que podían hacer que enfermases de meningitis, tifus o cualquier otro malestar.
Por ello sentían la necesidad de purificar la leche antes de consumirla con ácido bórico.
El ácido bórico es un compuesto químico, que a la hora de ingerirlo es tóxico. A parte de ello, así también eliminaban el sabor agrio y el olor que producía la leche.
El distinguido libro de gestión doméstica de Mrs. Beeton de 1861 decía además, que esa clase de adulteración en la leche era completamente inofensiva e incluso recomendada.
Ingerir pequeñas cantidades de ácido bórico puede causar náuseas, vómitos, dolores de estómago y diarrea.
Sin embargo, el único problema no era el ácido bórico, sino lo que ocultaba éste. Los productos lácteos, pueden abarcar una microbacteria llamada Micobacterium bovis, de la que previamente ha estado infectada el ganado. Esta microbacteria se transmite rápidamente al ingerir el lácteo y puede provocar deformaciones en la espina dorsal, daños en los órganos internos y causar tuberculosis en humanos.
La mayoría de las personas que sufren o sufrieron de tuberculosis, se infectan por causa de la Micobacterium bovis. Hoy en día, prácticamente no consumimos productos lácteos sin haber sido previamente pasteurizados. Es la pasteurización la que elimina cualquier tipo de gérmen y microbactería como éstas y así reafirmarnos, el consumo seguro de algo tan rutinario, como tomarse un vaso de leche. Nosotros, no solo contamos con la pasteurización previa antes de ingerir cualquier producto lácteo, sino que además entre las agencias de la salud animal y los departamentos de agricultura, han podido eliminar casi del todo la infección por la Micobacterium bovis en el ganado. Pero como vemos esto no ha sido siempre así.
Las conclusiones y los avances siempre cobran sus víctimas.
Se estima que aproximadamente 500.000 niños en la era victoriana murieron a causa de la Micobacterium bovis.
3. Espejito, espejito,..dime, quién tiene la piel más blanca de este reino?
Como muchos habrán notado, los victorianos se sentían extremadamente fascinados por la muerte. Esta obsesión hacía lo oscuro, lo melancólico, era un auténtico estilo de vida. Esta manera de vivir incluso se reflejaba en las tendencias de moda y belleza.
Con el ascenso al trono de la joven reina Victoria, que tan solo tenía 18 años, se podría pensar que la industria de productos de belleza iba a llegar a su climax, pero no fue precisamente así como sucedió. Victoria fue un espíritu joven y moderno, con afán de vivir y disfrutar, pero todo eso, si cabía la posibilidad, sin maquillaje. La joven reina detestaba el maquillaje y pensaba que una cara pintada era algo sumamente vulgar y pertenecía tan solo a una prostituta.
De ese modo, el mismo pueblo se apropió de los pensamientos de su reina y comenzó una era en la que destacaba toda aquella, que lucía de su belleza natural.
Así el siglo 19 se llenaba de inventos para realzar la belleza de cada mujer.
Uno de estos inventos era el de blanquear la piel.
En la era victoriana era el tono de tu piel, el que decía a que clase social pertenecías.
Las mujeres de alto rango, querían demostrar que eran lo suficientemente adineradas, como para no tener que trabajar bajo el sol ardiente. Ellas querían tener la piel tan blanca, que parecía traslúcida y si era posible hasta tal punto, que se podían percatar las venas debajo de ella. No solo se usaba estar pálida, sino también tener un aspecto frágil e incluso enfermizo.
Durante la época victoriana muchos fueron los que murieron a causa de la tuberculosis. Fue entonces, cuando el romanticismo llegó a perfeccionar de alguna manera aquella terrible y tan común enfermedad. La llamaban "El padecimiento romántico". El progreso lento de la tuberculosis ayudaba a los enfermos a arreglar sus asuntos antes de fallecer y por ello, la veían como una "buena muerte". Decían, que la constitución más bella de una mujer se veía, en las primeras etapas de la tuberculosis. Las mujeres que padecían de esta enfermedad eran extremadamente pálidas, tenías las pupilas dilatadas y los ojos lagrimosos. Y eran esos rasgos, los que soñaba cualquier mujer. Los victorianos decían, que es la tuberculosis la que realza las facciones de una mujer bella.
Y para conseguir una piel tan blanca, se tapaban la cara con opio dejándolo actuar toda la noche. Por las mañanas se lavaban la cara con algo de amoniaco. De ese modo, se aseguraban tener siempre un aspecto fresco y pálido.
Los efectos sin embargo, estaban lejos de lo que las jóvenes victorianas esperaban. El opio, aparte de causar picazones en la piel, también engendraba adicción corporal.
Al aplicarse a su vez amoniaco sobre la cara, no tardarán en aparecer irritaciones en los ojos. La tez comienza a agrietarse y a dañarse. Un uso continuo de ello, puede causar quemaduras y heridas graves en la piel. Pero no solo se aplicaban blanqueamientos químicos en la cara, sino también ingerían pastillas de arsénico. Estas píldoras eran supuestamente "sencillamente mágicas". Podían convertir la piel más impura en un cutis radiante y perfecto.
Pero lo que no sabían aún, era que al ingerir arsénico periódicamente, podría llegar a corroer no solo la boca, sino también la garganta y el estómago.
Al igual que hoy, lo único que deseaban las mujeres victorianas era ser hermosas y atractivas, pero lo que realmente hacían fue embellecer a la mismísima muerte.
4. Y, por fin, se hizo el gas:
Nunca antes nos habíamos podido imaginar, que obtener una fuente de luz podría ser tan fácil.
Acostumbrados a usar la luz que nos concedía el día, las velas y la chimenea, de pronto los victorianos se enfrentaron a un invento, que cambió sus vidas para siempre. El alumbrado de gas. De repente, tener luz tan solo era cuestión de subir o bajar una palanca. Para nosotros hoy en día, no hay nada más rutinario que encender una luz. No nos percatamos de las veces que encendemos o apagamos una luz a lo largo del día, hasta cuando por alguna u otra razón nos la cortan. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que sin luz no somos nada. Pero existe una historia detrás de cada "click".
Es la historia de las personas, que hicieron posible lo imposible. Algunas personas sacrificaron días, semanas e incluso años en nombre de la ciencia. Y ahí estaba la muerte, acechándonos al final de cada invento excepcional, recordándonos lo frágiles que somos.
Así la muerte nos daba lecciones. Puede que la muerte sea el consejo más duro, pero también el más eficiente.
Así pues, han habido épocas que estábamos acostumbrados a usar el aceite de oliva, cera de abejas y sobre todo de ballena como combustible para las lámparas y como cera para la producción de las velas. El aceite de ballena se obtenía de la grasa de diversas especies de cetáceos, dando lugar a incontables matanzas de estos majestuosos mamíferos. Fue la industria del carbón y de la petrolera en el siglo XIX, que salvó a las ballenas de la extinción.
William Murdoch, fue la primera persona en aprovechar la inflamabilidad del gas para el uso práctico de la iluminación. Trabajando en una fábrica de motores en Birmingham, experimentó con diferentes gases. Así llegó a la conclusión, que el más eficiente era el gas que se formaba del carbón. Fue la primera persona en iluminar su casa con tuberías de gas en 1792 en Cornwall, Inglaterra.
Unos años después, comenzaron a iluminar las calles de Londres con la ayuda del gas y el mundo entero estaba estupefacto ante semejante avance científico. La primera calle pública iluminada por gas en Londres fue Pall Mall el 28 de enero de 1807. Unos años después, el 31 de diciembre de 1813 alumbraron el puente de Westminster. Todos admiraban aquellas luces, que aparecían de la nada e iluminaban el sombrío camino de los viajeros perdidos y recelosos. De pronto era mucho más seguro pasear por las calles y las horas de trabajo también se alargaron. Este avance favoreció sobre todo a los meses de invierno, cuando las noches eran largas y los días cortos.
Sin embargo, aunque había sido un invento asombroso y un avance considerable para la historia de la humanidad, también ahí se escondía el peligro mortal de los que muchos no pudieron escapar. Los victorianos obsesionados con la modernización de sus hogares, traían la muerte a la puerta de su casa, no en forma de figura esquelética que llevaba capa y capucha, sino en forma de gas.
Porque, a pesar de sus ventajas también y sobre todo traía desventajas. El gas corroía el aire, era sucio, olía mal y destruía objetos con los que entraba en contacto. Comenzaron a colgar los cuadros con cuerdas en vez de con hilo, ya que el gas los deshacía. Comenzaron a elevar los techos, porque el humo del gas y el vapor azufroso que desprendía, destrozaba el metal y descoloraba la pintura. La planta llamada "aspidistra", se hizo muy popular en la época victoriana, ya que era una de las pocas que sobrevivía a semejantes exhalaciones.
El gas además podía atrofiar a las fibras del algodón en un año después de su elaboración. Yendo al teatro comenzaba a ser todo menos agradable. Los espectadores salían con dolores de cabeza por falta de oxígeno. El gas también subía la temperatura. El aire alrededor de los asientos en los balcones superiores, podía llegar a los 38 grados. Pero existían más desventajas a parte de unos dolores de cabeza o de la descoloración de pinturas. Estás podrían resultar mortales.
El gas de alumbrado es una combinación letal de hidrógeno, metano, óxido de carbono y azufre. Tratándose no solo de una mezcla extremadamente inflamable, sino que los que vivían en casas con poca ventilación corrían el riesgo de sofocación. El óxido de carbono es un gas incoloro altamente tóxico y tan peligroso, porque ni se huele ni se ve. Éste entra directamente en contacto con la circulación sanguínea a través del pulmón y obstaculiza el movimiento del oxígeno. Si se respira puede causar la muerte en tan solo unos minutos.
El hidrógeno por otro lado es tan inflamable, que es prácticamente explosivo. (El Hindenburg fue llenado de hidrógeno cuando explotó y se quemó en 1937). Cada vez más comenzaron a aparecer reportajes sobre explosiones, fuegos y sofocaciones en los periódicos. Éstos, se llenaron de historias terribles que fueron el resultado de aquel invento victoriano, que llenó sus calles y hogares de luz pero sus vidas con oscuridad.
Hoy en día en el centro de Londres siguen estando operativas 1500 lámparas de gas, que se encuentran en los exteriores de Buckingham Palace y casi todo Covent Garden.
Sin embargo, el único problema no era el ácido bórico, sino lo que ocultaba éste. Los productos lácteos, pueden abarcar una microbacteria llamada Micobacterium bovis, de la que previamente ha estado infectada el ganado. Esta microbacteria se transmite rápidamente al ingerir el lácteo y puede provocar deformaciones en la espina dorsal, daños en los órganos internos y causar tuberculosis en humanos.
La mayoría de las personas que sufren o sufrieron de tuberculosis, se infectan por causa de la Micobacterium bovis. Hoy en día, prácticamente no consumimos productos lácteos sin haber sido previamente pasteurizados. Es la pasteurización la que elimina cualquier tipo de gérmen y microbactería como éstas y así reafirmarnos, el consumo seguro de algo tan rutinario, como tomarse un vaso de leche. Nosotros, no solo contamos con la pasteurización previa antes de ingerir cualquier producto lácteo, sino que además entre las agencias de la salud animal y los departamentos de agricultura, han podido eliminar casi del todo la infección por la Micobacterium bovis en el ganado. Pero como vemos esto no ha sido siempre así.
Las conclusiones y los avances siempre cobran sus víctimas.
Se estima que aproximadamente 500.000 niños en la era victoriana murieron a causa de la Micobacterium bovis.
3. Espejito, espejito,..dime, quién tiene la piel más blanca de este reino?
Como muchos habrán notado, los victorianos se sentían extremadamente fascinados por la muerte. Esta obsesión hacía lo oscuro, lo melancólico, era un auténtico estilo de vida. Esta manera de vivir incluso se reflejaba en las tendencias de moda y belleza.
Con el ascenso al trono de la joven reina Victoria, que tan solo tenía 18 años, se podría pensar que la industria de productos de belleza iba a llegar a su climax, pero no fue precisamente así como sucedió. Victoria fue un espíritu joven y moderno, con afán de vivir y disfrutar, pero todo eso, si cabía la posibilidad, sin maquillaje. La joven reina detestaba el maquillaje y pensaba que una cara pintada era algo sumamente vulgar y pertenecía tan solo a una prostituta.
De ese modo, el mismo pueblo se apropió de los pensamientos de su reina y comenzó una era en la que destacaba toda aquella, que lucía de su belleza natural.
Así el siglo 19 se llenaba de inventos para realzar la belleza de cada mujer.
Uno de estos inventos era el de blanquear la piel.
En la era victoriana era el tono de tu piel, el que decía a que clase social pertenecías.
Las mujeres de alto rango, querían demostrar que eran lo suficientemente adineradas, como para no tener que trabajar bajo el sol ardiente. Ellas querían tener la piel tan blanca, que parecía traslúcida y si era posible hasta tal punto, que se podían percatar las venas debajo de ella. No solo se usaba estar pálida, sino también tener un aspecto frágil e incluso enfermizo.
Durante la época victoriana muchos fueron los que murieron a causa de la tuberculosis. Fue entonces, cuando el romanticismo llegó a perfeccionar de alguna manera aquella terrible y tan común enfermedad. La llamaban "El padecimiento romántico". El progreso lento de la tuberculosis ayudaba a los enfermos a arreglar sus asuntos antes de fallecer y por ello, la veían como una "buena muerte". Decían, que la constitución más bella de una mujer se veía, en las primeras etapas de la tuberculosis. Las mujeres que padecían de esta enfermedad eran extremadamente pálidas, tenías las pupilas dilatadas y los ojos lagrimosos. Y eran esos rasgos, los que soñaba cualquier mujer. Los victorianos decían, que es la tuberculosis la que realza las facciones de una mujer bella.
Y para conseguir una piel tan blanca, se tapaban la cara con opio dejándolo actuar toda la noche. Por las mañanas se lavaban la cara con algo de amoniaco. De ese modo, se aseguraban tener siempre un aspecto fresco y pálido.
Los efectos sin embargo, estaban lejos de lo que las jóvenes victorianas esperaban. El opio, aparte de causar picazones en la piel, también engendraba adicción corporal.
Al aplicarse a su vez amoniaco sobre la cara, no tardarán en aparecer irritaciones en los ojos. La tez comienza a agrietarse y a dañarse. Un uso continuo de ello, puede causar quemaduras y heridas graves en la piel. Pero no solo se aplicaban blanqueamientos químicos en la cara, sino también ingerían pastillas de arsénico. Estas píldoras eran supuestamente "sencillamente mágicas". Podían convertir la piel más impura en un cutis radiante y perfecto.
Pero lo que no sabían aún, era que al ingerir arsénico periódicamente, podría llegar a corroer no solo la boca, sino también la garganta y el estómago.
Al igual que hoy, lo único que deseaban las mujeres victorianas era ser hermosas y atractivas, pero lo que realmente hacían fue embellecer a la mismísima muerte.
Propaganda sobre píldoras de arsénico
Nunca antes nos habíamos podido imaginar, que obtener una fuente de luz podría ser tan fácil.
Acostumbrados a usar la luz que nos concedía el día, las velas y la chimenea, de pronto los victorianos se enfrentaron a un invento, que cambió sus vidas para siempre. El alumbrado de gas. De repente, tener luz tan solo era cuestión de subir o bajar una palanca. Para nosotros hoy en día, no hay nada más rutinario que encender una luz. No nos percatamos de las veces que encendemos o apagamos una luz a lo largo del día, hasta cuando por alguna u otra razón nos la cortan. Es entonces, cuando nos damos cuenta de que sin luz no somos nada. Pero existe una historia detrás de cada "click".
Es la historia de las personas, que hicieron posible lo imposible. Algunas personas sacrificaron días, semanas e incluso años en nombre de la ciencia. Y ahí estaba la muerte, acechándonos al final de cada invento excepcional, recordándonos lo frágiles que somos.
Así la muerte nos daba lecciones. Puede que la muerte sea el consejo más duro, pero también el más eficiente.
Así pues, han habido épocas que estábamos acostumbrados a usar el aceite de oliva, cera de abejas y sobre todo de ballena como combustible para las lámparas y como cera para la producción de las velas. El aceite de ballena se obtenía de la grasa de diversas especies de cetáceos, dando lugar a incontables matanzas de estos majestuosos mamíferos. Fue la industria del carbón y de la petrolera en el siglo XIX, que salvó a las ballenas de la extinción.
William Murdoch, fue la primera persona en aprovechar la inflamabilidad del gas para el uso práctico de la iluminación. Trabajando en una fábrica de motores en Birmingham, experimentó con diferentes gases. Así llegó a la conclusión, que el más eficiente era el gas que se formaba del carbón. Fue la primera persona en iluminar su casa con tuberías de gas en 1792 en Cornwall, Inglaterra.
Unos años después, comenzaron a iluminar las calles de Londres con la ayuda del gas y el mundo entero estaba estupefacto ante semejante avance científico. La primera calle pública iluminada por gas en Londres fue Pall Mall el 28 de enero de 1807. Unos años después, el 31 de diciembre de 1813 alumbraron el puente de Westminster. Todos admiraban aquellas luces, que aparecían de la nada e iluminaban el sombrío camino de los viajeros perdidos y recelosos. De pronto era mucho más seguro pasear por las calles y las horas de trabajo también se alargaron. Este avance favoreció sobre todo a los meses de invierno, cuando las noches eran largas y los días cortos.
Sin embargo, aunque había sido un invento asombroso y un avance considerable para la historia de la humanidad, también ahí se escondía el peligro mortal de los que muchos no pudieron escapar. Los victorianos obsesionados con la modernización de sus hogares, traían la muerte a la puerta de su casa, no en forma de figura esquelética que llevaba capa y capucha, sino en forma de gas.
Porque, a pesar de sus ventajas también y sobre todo traía desventajas. El gas corroía el aire, era sucio, olía mal y destruía objetos con los que entraba en contacto. Comenzaron a colgar los cuadros con cuerdas en vez de con hilo, ya que el gas los deshacía. Comenzaron a elevar los techos, porque el humo del gas y el vapor azufroso que desprendía, destrozaba el metal y descoloraba la pintura. La planta llamada "aspidistra", se hizo muy popular en la época victoriana, ya que era una de las pocas que sobrevivía a semejantes exhalaciones.
La aspidistra en una casa victoriana
El gas además podía atrofiar a las fibras del algodón en un año después de su elaboración. Yendo al teatro comenzaba a ser todo menos agradable. Los espectadores salían con dolores de cabeza por falta de oxígeno. El gas también subía la temperatura. El aire alrededor de los asientos en los balcones superiores, podía llegar a los 38 grados. Pero existían más desventajas a parte de unos dolores de cabeza o de la descoloración de pinturas. Estás podrían resultar mortales.
El gas de alumbrado es una combinación letal de hidrógeno, metano, óxido de carbono y azufre. Tratándose no solo de una mezcla extremadamente inflamable, sino que los que vivían en casas con poca ventilación corrían el riesgo de sofocación. El óxido de carbono es un gas incoloro altamente tóxico y tan peligroso, porque ni se huele ni se ve. Éste entra directamente en contacto con la circulación sanguínea a través del pulmón y obstaculiza el movimiento del oxígeno. Si se respira puede causar la muerte en tan solo unos minutos.
El hidrógeno por otro lado es tan inflamable, que es prácticamente explosivo. (El Hindenburg fue llenado de hidrógeno cuando explotó y se quemó en 1937). Cada vez más comenzaron a aparecer reportajes sobre explosiones, fuegos y sofocaciones en los periódicos. Éstos, se llenaron de historias terribles que fueron el resultado de aquel invento victoriano, que llenó sus calles y hogares de luz pero sus vidas con oscuridad.
Hoy en día en el centro de Londres siguen estando operativas 1500 lámparas de gas, que se encuentran en los exteriores de Buckingham Palace y casi todo Covent Garden.
5. Quién quiere perder peso?
Es evidente, que los victorianos practicaban extraños métodos para realzar su belleza o para decorar sus hogares. Pero nada de ello comparable con la táctica espeluznante, que os detallo a continuación.
Sabemos, que los victorianos hacían todo lo posible para poder alcanzar la belleza absoluta. Desde ingerir pastillas de amoniaco hasta bañarse en arsénico. No habían límites para la mujer moderna de la era victoriana.
Tenían métodos para blanquear la piel, para "purificar" la sangre y para dilatar las pupilas. Pero que hacían para perder peso?
La respuesta se encontraba en algo tan impensable y espeluznante como la lombriz solitaria.
La dieta de la lombriz solitaria parecía sencillamente perfecta. Una mujer nunca abandonaría una mesa con hambre, mientras que además bajaba de peso. Básicamente el sueño de cualquiera. Una vez alcanzado el peso deseado, recurrían a una pastilla anti-parásitos, que les ayudaba a deshacerse de la lombriz. Ésta podía alcanzar unos 9 metros de longitud y como os imagináis disgustadamente, puede causar complicaciones y fuertes dolores abdominales y rectales. Pero también podía ocasionar muchas enfermedades incluyendo dolor de cabeza, problemas oftalmológicas, meningitis, epilepsia y demencia.
Quizás sea la dieta más dañina y extraña de la historia.
Fuese como fuese y a pesar de sus macabros y singulares inventos ha quedado claro, que sin éstos hoy el mundo no sería el mismo. Como veis, el eco del pasado nunca dejará de resonar, sus huellas esparcidas por el mundo y por este blog. La historia nunca dejará de sorprendernos y con algo de suerte nunca dejaremos de aprender. Espero haber contribuido algo en ello.